(Del lat. ungĕre).
1. tr. Aplicar a algo aceite u otra materia pingüe, extendiéndola superficialmente.
2. tr. Signar con óleo sagrado a alguien, para denotar el carácter de su dignidad, o para la recepción de un sacramento.
3. tr. Hond. Elegir a alguien para un puesto o para un cargo.
Real Academia Española
Nos habita el paraíso
ungido de fragancias;
tatuamos en la piel
arcángeles inermes
y dejamos así
-balsa y fuego-
las próximas estrellas de quietud
en la memoria.
de Nos habita el paraíso / Delia Quiñonez
3 comentarios:
Ungir es una palabra casi en desuso, podemos encontrarla en algunos poemas de poetas exquisitos o amantes de un léxico no sencillo, y en ciertas acciones inherentes al clero.
El gordo Vilchez acostumbra a usarla cuando habla de la transmutación de las almas, destacando aquellas “ungidas a espíritus elevados, que en vida hicieron obras beneficiosas para la humanidad, y quienes las recepcionen proseguirán su tarea”.
De todas las palabras que han ido perdiendo su presencia en el hablar cotidiano, y que he encontrado en este blog, es la primera (y quisiera que sea la última) que no extrañaré si su ausencia se torna definitiva (perdóneme, editora). Lógico, esto es muy personal, muy mío, dado que soy amante de la sencillez en todos los conceptos de la vida, sencillez que no es sinónimo de dejadez en los conocimientos y menos aún, en la riqueza de los diccionarios. Esta palabra, y tendré que investigar por qué, sencillamente (algunos dirían infantilmente) no me gusta. Le noto un dejo artificioso, como un sabor que empalaga desde el comienzo y nos obliga a abandonar el plato prácticamente apenas probado.
Desayunábamos juntos como todos los sábados cuando le comenté esto al Gordo Vilchez (antes de comenzar este texto). Se rió sin darle importancia, y me dijo algo que tendré, esto sí, que investigar: “todo el mundo, todas las personas, por motivos intrínsicos que hacen a su personalidad, y que provienen de la infancia, tienen palabras prohibidas” No pienso consultar un psicólogo por este tema.
Ungir es una palabra casi en desuso, podemos encontrarla en algunos poemas de poetas exquisitos o amantes de un léxico no sencillo, y en ciertas acciones inherentes al clero.
El gordo Vilchez acostumbra a usarla cuando habla de la transmutación de las almas, destacando aquellas “ungidas a espíritus elevados, que en vida hicieron obras beneficiosas para la humanidad, y quienes las recepcionen proseguirán su tarea”.
De todas las palabras que han ido perdiendo su presencia en el hablar cotidiano, y que he encontrado en este blog, es la primera (y quisiera que sea la última) que no extrañaré si su ausencia se torna definitiva (perdóneme, editora). Lógico, esto es muy personal, muy mío, dado que soy amante de la sencillez en todos los conceptos de la vida, sencillez que no es sinónimo de dejadez en los conocimientos y menos aún, en la riqueza de los diccionarios. Esta palabra, y tendré que investigar por qué, sencillamente (algunos dirían infantilmente) no me gusta. Le noto un dejo artificioso, como un sabor que empalaga desde el comienzo y nos obliga a abandonar el plato prácticamente apenas probado.
Desayunábamos juntos como todos los sábados cuando le comenté esto al Gordo Vilchez (antes de comenzar este texto). Se rió sin darle importancia, y me dijo algo que tendré, esto sí, que investigar: “todo el mundo, todas las personas, por motivos intrínsicos que hacen a su personalidad, y que provienen de la infancia, tienen palabras prohibidas” No pienso consultar un psicólogo por este tema.
Eso pensaba yo, Barros...qué unido al emocional que está cada palabra, que nos produce placer o repeluz sin que medie la razón. "El ungido"...vaya vaya...a mi me pasa que me parece una palabra con cierta carga enigmática que querría investigar. Un saludo !
Publicar un comentario