Mural de Asaf Hanuka |
Real Academia Española
Llueve en las afueras.
Abril emula noviembres
y mi alma, tornadiza,
de nubes se contagia.
Hay palabras que se van perdiendo, pero que tienen un sentido emocional para nosotros, una connotación única porque la escuchábamos de pequeños, de boca de nuestras abuelas quizá. Y son de las primeras que aprendimos, y un día descubrimos que las hemos dejado de usar. Quizá pudiéramos recuperarlas de la memoria y construir entre todos una reserva virtual de palabras en vías de extinción. Sólo por el placer de nombrarlas y darles vida nuevamente.
3 comentarios:
Diego Barrichi (nombre ficticio, el personaje real existe, doy fe) ya en el secundario tenía como seudónimo “estoy de acuerdo”. Era un muchacho que nunca discutía, jamás intervenía en los debates, fueran de política educacional, en auge en aquella época algo turbulenta, o de futbol o de chicas. En las asambleas en el momento de votar las opciones levantaba la mano en el último momento, cuando ya se notaba que decisión tenía la mayoría. Y si luego por casualidad caía en en la mesa de café donde los perdidosos se desangraban en broncas y reproches, ponía cara de circunstancias y se unía a los lamentos. Aguantaba a pie firme los reproches por su falta de firmeza en las decisiones, la rapidez con que cambiaba de opinión, con gesto de culpa y reconociendo que se había equivocado. En la Universidad, donde ya los temas se trataban a nivel de adultos, en general intentaba no asistir a las asambleas que a veces terminaban con una violencia verbal inaudita, y otras en total acuerdo para una huelga. Siempre acataba la decisión mayoritaria, y si caía en medio de un grupo de perdidosos, lamentaba con ellos el resultado del debate. Era católico, pero no con la ortodoxia de quien cumple con todos los requisitos de la teología. Iba a misa algunos domingos cuando se lo pedía la madre, y se confesaba periódicamente. Se puso de novio con una muchacha de origen judío, y de inmediato habló de la conversión, cosa que la chica no le había pedido ni quería, y su aquiescencia a todo lo que ella deseaba, ir al cine, a un concierto, caminar por la playa o tomar mate en la plazoleta de la biblioteca estudiando le temas de los libros pedidos, terminaron cansándola y finiquitaron con el noviazgo. Terminó con un puntaje medio su carrera de abogado, y unos compañeros lo llevaron reuniones de un partido político. Y allí encontró su destino definitivo. Sus condiciones previas lo llevaron a destacarse.
BARROS MATOS
Brillante Barros, no deja de sorprenderme la capacidad para el relato corto, siendo que es un género tan difícil.
Saludos tardíos de esta editora distraída en estos días.
Bonita palabra, la usaría para los días tornadizos, esos días indecisos de los cambios de estación.
Un abrazo
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