domingo, 6 de marzo de 2011

Trepidar

Óleo de Ricardo Carpani
(Del lat. trepidāre).

1. intr. Temblar fuertemente.

2. intr. Am. Vacilar, dudar.

Real Academia Española

EL CABALLO

Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.

Sus cascos sombríos…
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.

Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas,
y por ruinosas plazas.

José María Eguren

3 comentarios:

Barros Matos dijo...

A los 59 años, Miguel Caputto reconoció por fin, que había odiado a Liberto Sanches toda la vida.
Se engañó siempre a si mismo, escondiendo su encono debajo de una falsa capa de antipatía. “No me resulta simpático, esa forma de ser...algo así como sobradora, ¿no? Buen muchacho, quizá, pero...” decía a los compañeros del Nacional, dejando en el aire el final de la frase que podía significar cualquier cosa, desde conocimiento de perversos secretos, hasta un simple sentimiento de desprecio.
Después de 40 años de no verlo ni hablar con nadie de él, Miguel Caputto decidió sacárselo de encima, dejar de pensar en Liberto Sanches de día y soñarlo de noche. De creer verlo en rostros fugaces al paso, o en las fotos irreconocibles de los diarios. Comprendió que el rencor no había dejado espacio para la felicidad en su vida.
Aceptar definitivamente que el temblor constante en sus manos, las vacilaciones entre cosas de sencilla resolución, ese tic ruidoso y molesto de muelas contra muelas, el stress, la hiperacidez y las palpitaciones, no eran producto de un exceso de trabajo como diagnosticaban los médicos, si no de ese encono, que desde el fondo del alma enviaba mensajes a todos los órganos y sistemas de su cuerpo.
Iría al psicólogo.
Reconocería ante ese extraño, lo que intentó tantos años ocultarse a si mismo. Que jamás aceptó ser para los otros chicos Miguel, mientras aquel era Liberito; que se desesperaba cuando la maestra escribía correctamente el apellido Sanches sin z, mientras a Caputto le quitaba una t; que en los cumpleaños las madres elogiaran su buena educación y que nunca se manchara la ropa con chocolate, y que para Liberito él era uno más, mientras que para él, el mundo giraba alrededor de su odio escondido bajo la falsa sonrisa de su angustia.
Cuando llegó a la consulta, la secretaria le informó que el Dr. Mendez García había sufrido un leve accidente jugando al golf con un colega, quien se había ofrecido gentilmente a suplirlo con sus pacientes. “Si Ud. no tiene inconveniente, el Dr. Liberto Sanches puede recibirlo”.
Miguel Caputto caminaba por las calles sin rumbo, y sin saber cuando ni como salió de la sala de espera, ante el asombro de la secretaria por su rostro demudado y su silencio.
40 años, pensaba. 40 años. Sin verlo, sin saber de él…40 años...durante 40 años...y ahora, cuando decido…
Y quizá fue por ese temblor que se generalizó en todo su cuerpo, y que sus pasos vacilaran en medio de la calle, que no vio el camión que doblaba la esquina.
BARROS MATOS

Celestacha dijo...

Qué buenos relatos...son de la vida diaria ?? existieron al menos parcialmente esos personajes ??
Barros, cómo me gusta su forma de escribir !!!
Saludos

Barros Matos dijo...

Gracias, Celeste. Si bien es cierto que tanto este como otros que publiqué y publicaré, son relatos de ficción, nacen de un recuerdo o de un encuentro, o de una charla insunbstancial mantenida alguna vez, que dejan un muy pequeño material con el cual se termina desarrollando el relato o el cuento.
Cordiales saludos

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