jueves, 13 de enero de 2011

Agur

Ilustración de María José Olavarría
(Del vasco agur, y este del lat. augurium).

1. interj. U. para despedirse.

Real Academia Española

Relata una secular fábula índica que al notar una oruga la languidez anunciadora del fin de su estado reptante y el principio de su largo sueño de crisálida, reunió a sus compañeras y les dijo: "Triste es pensar en el forzoso abandono de esta vida que tan halagüeñas venturas me prometía. Segada por la guadaña de la muerte en la flor de mi existencia, soy un ejemplo de la crueldad de la Naturaleza. ¡Agur! mis buenas amigas, ¡Agur! para siempre. Mañana ya no existiré." Acompañada por las lágrimas y lamentaciones de las amigas que rodeaban su lecho de muerte, la oruga pasó a su otro estado. Una vieja oruga exclamó tistemente: "Nuestra hermana nos ha dejado. Su destino es también el nuestro. Una tras otra nos abatirá la guadaña destructora como a la hierba de los prados. La fe nos mueve a esperar otra vida, pero acaso sea una vana esperanza. Ninguna de nosotras sabe nada de cierto sobre la vida. Lamentamos el común destino de nuestra raza." 
Después se marcharon todas cabizbajas.

Bien claro se echa a ver la ironía de esta fábula y nos sonreímos de que la oruga ignore la gloriosa vida que le espera cuando despierte del sueño de la muerte y se metamorfosee en policromada mariposa. Pero no hemos de sonreirnos porque todos tenemos la misma ilusión que la oruga. Esta secular fábula simboliza en unas formas inferiores de vida la ignorancia e ilusión de la humanidad. 
Porque la muerte para el hombre no es más que el estado de crisálida para la oruga. 
En ninguno de ambos casos cesa la vida por un solo instante.

3 comentarios:

Barros Matos dijo...

Agur, para mi, no es solamente una forma oral de despedirse. A esa palabra le encuentro una significación especial, que va mucho más allá de una simple despedida que podría reemplazarse con un hasta mañana. Puedo decir que la leí muchas veces, pero creo haberla escuchado sólo una vez, suficiente para que quedara grabada en mi mente y en mi alma para siempre. Como conté en otra oportunidad, mi padre tenía espíritu de trotamundos. Con nuestras constantes mudanzas en búsqueda del empleo “ese que era justo para él”, creo que escondía en lo profundo de su corazón o intentaba evitar el pensamiento, de ese anhelo de pisar todas las tierras del planeta, conocer costumbres distintas, idiomas de países lejanos con historias milenarias, y desde la proa de un barco mirar las olas de un mar que lo llevaría a cumplir sus sueños. Pero…la realidad era la esposa que amaba, el hijo que era su amigo, compañero, y para quien anhelaba que sus sueños pudiera él cumplirlos. Y esto transformaba esos viajes imaginados en los simples cambios de pueblos o andando esas rutas que seguía cuando era chofer de camión o marinero de barcos de carga. En uno de esos lugares en que nos afincamos, una ciudad pequeña, poco más que un pueblo, tuvimos un vecino anciano, a quien mi padre le alquiló el taller de chapa y pintura. El hombre pasaba largamente los 80 años, pero en su rostro arrugado brillaban dos ojos celestes, vivaces, movedizos, diría casi conversadores, ojos que contaban historias que su boca callaba.
BARROS MATOS --- CONTINÚA

Barros Matos dijo...

Yo tenía 9 años y lo veía venir casi diariamente al taller, siempre preguntando si no molestaba, y se quedaba sentado en un rincón, mirando a mi padre trabajar o leyendo algún libro. Un día me preguntó si me gustaba leer, le dije sinceramente que sí, me tomó de la mano y me llevó a su casa. Era pequeña. Cálida, sus viejos muebles impecables, parecían ser parte de su personalidad. Una cocinita donde me preparó un chocolate con leche, y para donde dirigieras la vista, libros. Pequeños, grandes, enormes, de tapas serias marrón oscuro o con dibujos de niños, planetas, aviones, puentes…”Puedes venir a buscar uno, el que más te guste, me dijo, y lo llevas para leerlo. Y cuando lo traigas, elegir otro. Empieza con estos, son para tu edad” Pero lo que más me llamó la atención fue un largo estante cubierto de fotos. Todas menos una, tenían en el marco un papel con la palabra “Agur”. Le pregunté que significaba, y me contó la historia de la que hablaban sus ojos. Todos ellos, me dijo, acompañaron mi vida. Y jugándome una mala pasada, se fueron yendo antes que yo. Recorrió lentamente el estante, nombrando en voz baja “mis hermanos menores, mi esposa, mi hijo mayor, mis 2 hijas, mi nieto, mis 3 perros…” Y Agur, continuó, es mi forma de no decirles adiós, si no hasta el momento en que nos encontremos. Ya no falta mucho, y quizás tu, el día en que yo me reúna con ellos, pongas esa palabra en estas foto mía, la última del estante, para despedirme alegremente, pues estaré para siempre con los míos. En esa pequeña ciudad estuvimos 2 años. Y pude, 3 meses antes de irnos, escribir Agur en el marco de su foto.
BARROS MATOS

TIRITITRANTRAN dijo...

Agur viene directamente de "ahur" , es decir , palma ( de la mano) que es con lo que se saluda, tanto como para decir "hola" como "adiós" ( o hasta la vista)...

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