1. adj. p. us. Borracho, embriagado.
Real Academia Española
EL TEMULENTO
¡ Ya van tres noches de festín! en ellas
ávido el corazón de algo inmenso,
toda una vida de placer condenso
y aún tengo hambre de placer y amor.
¡Corra el deleite para mí a raudales;
más que la tempestad, temo la calma;
tormentas de placer sacudan mi alma
que harto conoce ya las del pesar !
¡Dadme el ardor de las pasiones locas,
dadme un edén de tropicales flores;
quiero aturdirme en frenesí de amores
y en un salvaje vértigo gozar !
¡ Aquí llegan los náufragos del mundo;
aquí en la pobre y mísera taberna
el pueblo alivia su tristeza eterna
de un dolor cuyo fondo nadie ve
este es el sitio, la fatal guarida
en donde a unos la miseria lanza
a otros un amor sin esperanzas
y a muchos como a mí ...yo no se qué .
Joaquin Castellanos / Fragmento
5 comentarios:
Últimamente, Celeste nos está presentando palabras que nos llevan a personajes no recomendables: malandras, mala calaña, crápulas, y ahora temulentos. Aunque estos, no siempre son personajes violentos, están los que tienen el vino triste. Se emborrachan aduciendo motivos sentimentales y que necesitan del alcohol para poder, aunque sea por un corto tiempo, dejar en el olvido. Es el caso de Elvino Viñas, cuyo destino fue marcado por su padre, Gerónimo Viñas, al ponerle ese nombre que, unido al apellido, pareció impulsarlo desde su juventud a la bebida, para olvidar, según aseguraba, los avatares negativos que le deparaba el destino. Pero la realidad era otra. A Elvino le gustaba el vino. Le encantaba. Pero quería, necesitaba una excusa para su vicio. Y decidió que tenía que beber para olvidar. Con ese fin, se ponía de novio durante un par de meses, rompía el noviazgo, y bebía para olvidar esa infausta realidad. Repetía esta situación 3 o 4 veces al año. Cuando en el barrio y barrios aledaños le fue imposible conseguir novia, comenzó a hacer amigos en bares con los cuales se distanciaba por distintos motivos, y esta estratagema le duró casi dos años, hasta que su historia fue conocida en casi todos los bares de la ciudad. Entonces descubrió el filón que le duró más tiempo: comenzó a frecuentar velorios. Averiguaba algo del finado y, según edad y sexo, era ex compañero, amigo de su padre, conocida de la madre de la peluquería de damas, o amiga de la novia de su hermano. Educado, servicial, rostro compungido, dando pésames hasta a los empleados de la funeraria, el estado de borrachera no se le notaba y al final se quedaba dormido. Pobrecito, decían, el dolor y el cansancio lo vencieron. Al final y después de mucho andar, a los 60 años encontró la causa verdadera, ya no necesitó excusas para la bebida. Encontró la soledad. Nunca había intentado una relación permanente con nadie, obnubilado por la necesidad de buscar causas ficticias para beber. Y se dedicó a su vicio en privado, solo en su casa, adonde la muerte lo fue a buscar y festejó con él, el día que cumplió 70 años.
BARROS MATOS
Oh !!! qué magnífico relato el de hoy, Barros !!!. Es cierto, estoy dedicada a adjetivos calificativos oscuros, y eso que aún falta el de mañana. Pero luego viene la luz.
Buen fin de semana y mejor domingo!
ah! me encantan los calificativos
oscuros, me saben a preludio y a festejo, ahí está el buen tiempo.
Buena palabra, me la llevo!
Un abrazo!
Orlando Moisés Serruya, padre de una amiga, gran conversador, culto y afecto a los bares y cafetines inafames, me regaló antes de morir una versión “el Temulento” de Joaquín Castellanos. “Lea esto –me dijo un día ya medio borracho- se va a identificar con el personaje”. Y es así: también soy afecto a la bebida, a los bares de mala muerte, a las charlas interminables en los cafés, y como el mismo personaje que relata don Barros, lo hago (emborracharme) para olvidar, a lo que le sumo, mi asistencia semanal y perfecta a las casas de citas, para que el olvido surta efecto.
Ahora bien: debo decir respecto al poema que ilustra la entrada de la editora, que el mismo es del año 1887, que se publicó originariamente con el título “El Borracho” y fue durante décadas una obra muy leída y recitada, sobre todo por los jóvenes. Castellanos, salteño, nacido en 1861 tenía 26 años al momento de la salida del libro y enseguida pasó (como ocurrió con muchos de los literatos) a la vida política: protagonizó mucho de los sucesos políticos del fin del siglo 19 y llegó a Gobernador de Salta. Recién en 1923 se volvió a publicar “El Borracho” pero, esta vez, con el título de “El Temulento” y con cambios y anotaciones, que es precisamente, la obra que en original (edición del año 1923) me regaló el Sr. Serruya, que a su vez, era primo del poeta Calatayud.
El “marco” de la obra es “Civilización y Barbarie” de Sarmiento. En efecto: el poema en cuestión, tiene el elemento contradictor de la vida del protagonista entre su origen en el vasto campo y su reclusión en la ciudad. Particularmente me he identificado, dadas mis virtudes etílicas y mi amor incondicional por las fondas mugrientas, bares y cafetines de mala muerte y mujeres de vida licenciosa, con el temulento del poema de Castellanos.
Abogado, historiador, poeta, político. Diputado por Capital Federal, gobernador de Salta. Murió don Joaquín en 1932. En las revueltas previas a la fundación de la Unión Cívica Radical (partido al cual pertenecía y el que le debe en parte la palabra “radical” en su nombre) recibió un tiro en la pierna.
Vivió y murió rengo.
Funes
Orlando Moisés Serruya, padre de una amiga, gran conversador, culto y afecto a los bares y cafetines inafames, me regaló antes de morir una versión “el Temulento” de Joaquín Castellanos. “Lea esto –me dijo un día ya medio borracho- se va a identificar con el personaje”. Y es así: también soy afecto a la bebida, a los bares de mala muerte, a las charlas interminables en los cafés, y como el mismo personaje que relata don Barros, lo hago (emborracharme) para olvidar, a lo que le sumo, mi asistencia semanal y perfecta a las casas de citas, para que el olvido surta efecto.
Ahora bien: debo decir respecto al poema que ilustra la entrada de la editora, que el mismo es del año 1887, que se publicó originariamente con el título “El Borracho” y fue durante décadas una obra muy leída y recitada, sobre todo por los jóvenes. Castellanos, salteño, nacido en 1861 tenía 26 años al momento de la salida del libro y enseguida pasó (como ocurrió con muchos de los literatos) a la vida política: protagonizó mucho de los sucesos políticos del fin del siglo 19 y llegó a Gobernador de Salta. Recién en 1923 se volvió a publicar “El Borracho” pero, esta vez, con el título de “El Temulento” y con cambios y anotaciones, que es precisamente, la obra que en original (edición del año 1923) me regaló el Sr. Serruya, que a su vez, era primo del poeta Calatayud.
El “marco” de la obra es “Civilización y Barbarie” de Sarmiento. En efecto: el poema en cuestión, tiene el elemento contradictor de la vida del protagonista entre su origen en el vasto campo y su reclusión en la ciudad. Particularmente me he identificado, dadas mis virtudes etílicas y mi amor incondicional por las fondas mugrientas, bares y cafetines de mala muerte y mujeres de vida licenciosa, con el temulento del poema de Castellanos.
Abogado, historiador, poeta, político. Diputado por Capital Federal, gobernador de Salta. Murió don Joaquín en 1932. En las revueltas previas a la fundación de la Unión Cívica Radical (partido al cual pertenecía y el que le debe en parte la palabra “radical” en su nombre) recibió un tiro en la pierna.
Vivió y murió rengo.
Funes
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