1. adj. Infausto, infeliz, desgraciado, de mal agüero.
Fue obligado testigo de un devenir aciago y angustioso para Rusia.
2. m. ant. Azar, desgracia.
Real Academia Española
Las hojeo,
como se leen los versos
que alumbran la intrahistoria
al margen de los brazos
tibios de la ternura.
Como un milagro súbito,
desgarrado e hiriente,
me hacen sentir físicamente el frío;
los estragos del hambre,
de las desolaciones...
Son páginas que guardan
el llanto de la noche sin consuelo,
el azufre del viento de los aciagos días
mezclado en la cadencia,
desesperada y dulce,
de una nana que agita
los silencios del mundo.
Miguel Hernandez
Mesa con cebollas / Fragmento
4 comentarios:
¡Qué curioso! La palabra procede del gentilicio correspondiente a Egipto. Efectivamente, según leo en el diccionario de J.Corominas, el adjetivo "se aplicaba en la Edad Media a ciertos días del año considerados infaustos o peligrosos". Salud(os).
El pueblo no tenía fecha de fundación, pero se sabía que sumaba más de cien años. Dicen que alguna vez fue un lugar dinámico aunque apacible, en los tiempos en que el tren paraba en la vieja estación para cargar los frutos de la tierra. Años de progreso, de gente nueva, que hacían del desolado paisaje, un oasis de vida en medio de la soledad, a demasiados kilómetros de la Capital.
Y eso era bueno, recuerdan los viejos. El tren proveía de vida propia al poblado, sin por eso padecer el fárrago febril de la ciudad.
Todavía está la plaza, pero vacío el edificio que era la escuela, la sucursal del banco de la Nación cerrada, de la comisaría queda solamente un destacamento con un agente olvidado por la superioridad, venciendo el aburrimiento entre mate y truco con algunos vecinos.
Un día, un aciago día, el tren dejó de llegar, por esas cosas raras que hacen los gobiernos. Y lentamente, como padeciendo una larga enfermedad, el pueblo comenzó a morir de a poco. Algunos chacareros fueron a buscarse la vida a la ciudad, poblando los suburbios de villas de emergencia. Muchos comerciantes cerraron los negocios, se abrazaron con los pocos que se quedaban, y se fueron, disimulando la vergüenza de los desertores.
Y quienes se quedaron, allí están. Vegetando entre soledades y silencios. Entre casas abandonadas invadidas por yuyos y telarañas, viajando lentas y largas leguas, periódicamente, llevando en un carro algún fruto de la tierra, para vender en ese espacio de nadie, donde el campo y la ciudad se confunden, y trayendo yerba, cigarrillos, harina y otros encargos.
Y los domingos, como quien no quiere la cosa, se acercan a la vieja y desolada estación, conversan en el andén recordando los buenos viejos tiempos, mirando a la lejanía, afinando el oído, con la esperanza de volver a escuchar el temblor de las vías, mordidas por las ruedas de un tren que regresa.
BARROS MATOS
Me pasan cosas raras. Raras digo, porque nunca me habían pasado. Y aparte, como no creo en las casualidades… Pero la cosa es que tengo una amiga (a quien no conozco personalmente, solo por carta), que sabe un montón de cosas. Entre tantas que sabe, sabe de astrología. Yo siempre miré como de costado el tema de los astros y su influencia en nuestras vidas. Cuando alguien en una reunión saca el tema, yo me perfilo, entrecierro los ojos como sospechando, y no habro la boca. Por un lado, porque no creo del todo. Y por el otro, por temor. ¿Y si la carta astral me da por la cabeza? ¿Y si a partir de la conjunción del los cuerpos celestes todo viene de carambola y a los tumbos?. En fin.
La cosa es que esta amiga me venía insistiendo: “dígame Funes… cuál es su fecha de nacimiento, y la hora… la hora en que nació”. Como sabía que la cosa venía por el lado de la conjunción de los astros sobre mi cabeza, al principio me hacía el otario y eludía la respuesta (además, el tema de la hora de mi nacimiento, que fue hace mucho, no lo recuerdo, sobre todo porque cuando uno nace es como que nace otro, como que uno no estuvo allí). Pero ante la insistencia de mi amiga decidí preguntarle a mi padre. “Y… qué se yo a qué hora naciste Funes; preguntás cada cosa!!” me dijo mi viejo, por lo que tuve que acudir a mi madre quién me confirmó la hora del parto. 8.30 del día que nací, hace mucho. Y entonces le pasé el dato a la astróloga, que, por otra parte, es una persona extraña. No puedo calificarla de estrafalaria, pero lo es en parte. Además sabe de todo y tiene un sentido de la belleza muy particular. Y encima generalmente tiene razón cuando discutimos. Y esto es un problema: porque si tiene generalmente razón, cuando me dé el resultado del cruce astrológico, seguramente será con certeza casi aritmética por lo que aquello que me resulte como destino será así de certero y fatal. Encima, en el bar al que concurro conté toda esta situación y los nervios y ansiedad que me trajeron estos acontecimientos. “Ud. se enamoró de la astróloga Funes” me dijo el viejo Acevedo, hoy con 98 años, dueño de la librería de viejo “Papeles de Oriente” la más importante de la Argentina. “Pero… qué está diciendo Acevedo!??” le respondí. “Ni siquiera la conozco”. “Eso no importa” me dijo el viejo con serenidad abrumadora. “Habrá amor allí y vivirá momentos aciagos” concluyó.
¿Me dirá mi destino esta mujer? ¿Me develará en verdad, quién soy? ¿Tendrá razón el viejo Acevedo?
¿Ven?. Estoy nervioso y asustado. Para colmo, la ansiedad me jugó una mala pasada y le mandé una carta a la astróloga preguntando sobre qué resultados había obtenido. “No tiene idea Funes… no tiene idea… son resultados… este… tremendos”.
“Explíqueme, por favor” contesté a vuelta de correo.
Hace dos días que no duermo. Estoy esperando.
Vivo momentos aciagos.
Funes
Funes, no debería perder el sueño. Estuvo sin dudas desatinado que esa mujer indagara en los misterios más ocultos...no obstante, "tremendo" no significa "terrible"...no es cierto? tremendo puede ser algo grandioso que le está destinado. Yo que Ud. no estaría ansioso, pues, si esa mujer lo ha compartido, seguramente son buenas noticias.
Deje los días aciagos y dibuje una sonrisa.
Saludos !
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