domingo, 26 de junio de 2011

Lumbrera

Ilustración de Alexander Jansson
(Del lat. luminarĭa, pl. n. de luminare, -is, luz).


1. f. Cuerpo que despide luz.
2. f. Abertura, tronera o caño que desde el techo de una habitación, o desde la bóveda de una galería, comunica con el exterior y proporciona luz o ventilación.
3. f. Persona que brilla por su inteligencia y conocimientos excepcionales.
4. f. Abertura que hay junto al hierro de los cepillos de carpintero, para que por ella salgan las virutas.
5. f. Mar. Escotilla, generalmente con cubierta de cristales, cuyo objeto casi único es proporcionar luz y ventilación a determinados lugares del buque y principalmente a las cámaras.
6. f. ant. Utensilio para dar luz.
7. f. pl. ojos.

Real Academia Española

E hizo Dios las dos grandes lumbreras, la lumbrera mayor para dominio del día y la lumbrera menor para dominio de la noche; hizo también las estrellas. Génesis 1:16

4 comentarios:

BARROS MATOS dijo...

LA EDAD INGRATA
La familia de Adelina era vecina nuestra. Ella tenía 1l años y medio, era alta y delgada, con dos largas trenzas negras, y grandes ojos entre verdes y marrones que cuando sonreía, yo creía ver despedir chispazos de luz. Y una gruesa ortodoncia que le obligaba a tener la boca siempre algo abierta. Los chicos del barrio encabezados por el Cholo Larrea, la llamaban “Boca de Lata” Yo tenía 12, y me paraba junto al tapial que separaba las dos casas para escucharla tocar escalas en el piano, a veces unos compases de vals o de Para Elisa. Los lunes, miércoles y viernes a las 3 de la tarde iba a lo de su profesora de música, la Sra. Cariet, y casualmente a esa hora yo estaba en la puerta de casa, así que la acompañaba mientras charlábamos, ella me contaba de sus progresos en la música, su deseo de llegar a ser una concertista famosa, y en tren de volar su fantasía, se veía en el escenario al que entraba en la oscuridad, con un vestido largo acercándose al piano, y ya junto a él, todas las luces sobre ella, y el público aplaudiendo de pie. Y yo imaginaba que era ella quien despedía la luz que iluminaba todo el teatro. Su mirada se perdía en su ensueño y mi única intervención era decirle “no te preocupés, es un idiota” cuando algún chico la saludaba “Chau, boca de lata”. Ella hablaba. Yo soñaba. A veces nuestras manos se rozaban y retiraba la mía con miedo y a la vez con deseos de tomar la suya y caminar así esas pocas cuadras. No me animaba, pero me decía que la próxima vez…
Una tarde estaba jugando a las bolitas con los chicos en ese trozo de vereda sin baldosas aledaño a un árbol, cuando paró el auto de los vecinos y bajó Adelina. Otra Adelina. Con una amplia sonrisa de dientes iguales y brillantes. La mirábamos embelesados acercarse a nosotros. Nos saludó a todos con una ¡Hola, chicos! dirigiéndonos una mirada circular, se acercó al Cholo Larrea y le preguntó ¿Y? ¿Ahora tengo la boca de lata? No se que le contestó el Cholo, qué más le dijo ella, perdido en una confusión de mis sentidos, los vi irse juntos y entrar en la heladería de la esquina. No lloré porque en ese entonces los hombres no lloraban, pero una lágrima traidora escapó de la comisura de un ojo, bajó por el ala de la nariz y me dejó en la boca el sabor salado y amargo del desengaño.
Cuando por tercera vez mi padre me preguntó que me pasaba, si estaba enfermo, terminé contándole mis penas. Papá encendió un cigarrillo, se sentó frente a mí en la posición de charlar de hombre a hombre, y me dijo que el amor de verdad me estaba esperando en algún lugar, dentro de unos años. Que lo pasado era una especie de ensayo, que pronto cambiaría de amargura y pena a melancolía y luego a nostalgia, y que con los años, cuando encontrara a ese amor que pacientemente me aguardaba, sería este uno de los tantos recuerdos que me devolvería a los años felices de mi infancia.
Como siempre, el viejo tenía razón.
BARROS MATOS

Celestacha dijo...

Barros, con esta tierna historia viajé a mis 11 años...esa edad ingrata. Y a un recuerdo de los primeros de ensayos de amor, como su padre afirmaba. Cuando estaba en 5 grado, a mediados de año llega un alumno nuevo a nuestro aula. Se llamaba Guillermo y enseguida llamó mi atención. Era seguro de sí mismo, cabellos dorados, buen deportista, mejor alumno, inteligente y con cierta arrogancia que le daba una presencia indiscutible. Eran muy pocos varones en el curso, apenas 4 o 5, así que visto a la distancia, supongo que Guillermo habrá despertado cierto recelo y alguna que otra envidia. Y tampoco sé cuántas de tantas niñas se habrán deslumbrado con él, pero yo era una de ellas. Durante un año sólo tuve miradas para él. Mi única forma de llamar su atención era compitiendo, con las notas, en las matemáticas...así que me esforzaba en mis tareas escolares sólo por llamar su atención, o por estar más cerca de él. En alguna forma fui teniendo ciertos logros, porque él comenzó a elegirme en certámenes, o en su equipo de deportes. En fin...ya sentía que crecía mi amor tan grande que no podía ocultarlo en mis miradas furtivas. Así transcurrió todo 6 grado, un año que lo recuerdo intenso y largo. Por aquellos años de la niñez, la llegada de las vacaciones de verano y el receso escolar era todo un hito que abría una amplia brecha entre las despedidas de año y el comienzo del nuevo ciclo escolar. Recuerdo aquellos 3 meses como eternos...parecía sentir, incluso, lo que había crecido mi cuerpo y mi ser en ese lapso. Nunca uno era el mismo al regresar. Existía incluso cierta ansiedad e intriga por ver "cómo encontraríamos a nuestros compañeros". Qué vivencias habrían tenido, siempre mediaban viajes, mar, sierras, nuevos amigos descubiertos en vacaciones...Pero esas vacaciones fueron las más largas de mi vida, porque cada día recordaba a Guillermo.En ciudades tan grandes como Buenos Aires, de tantos millones de habitantes, sin internet, sin teléfonos ( porque eran caros y un lujo vedado a los niños ), sin posibilidad de encuentros casuales, esos meses fueron una larga espera de su reencuentro. Pero ese reencuentro nunca llegó. En el primer día de clases de 7 grado Guillermo sencillamente no se presentó. Ni el segundo, ni el tercero. Y hubo un silencio que envolvió mi alma. Sin preguntas. Y ya pasados 10 días, porque los contaba frenéticamente, escucho un comentario breve que anunciaba que toda la familia se había ido a vivir a la Patagonia.
Nunca supe de él. Ni aún hoy, con todos los medios y buscadores a mi alcance. Pero lo más duro de ese primer amor, es que no supe despedirme de él. Pero esa fue otra historia.

BARROS MATOS dijo...

Creo que las pequeñas historias de vida son las únicas valederas. Ellas, desde la individualidad, cada una un secreto que pertenece a quien la vivió y la siente, pareciera que hilos invisibles, maraña de cables kilométricos unen las de toda la humanidad. Sus microhistorias influyen en formar la macrohistoria que vivimos, donde el amor, el dolor, la frustración las alegrías y las tristezas, pasan por nuestras vidas sin que sepamos que estamos compartiendo con millones de seres que viven instancias similares, nuestras pequeñas experiencias. Cordiales saludos, Celeste.
BARROS MATOS

Anónimo dijo...

Qué buenos los comentarios de Barros Matos y de Celeste. Ahora bien, me detengo en el suyo un instante, editora. Días atrás le escribía a una amiga (astróloga ella, a quien solo conozco epistolarmente y que es para mi una "lumbrera"), que un encuentro con otra persona, es un viaje. No un paseo. Un viaje. La diferencia entre “paseo” y “viaje” es que en estos últimos, salimos para no regresar siendo los mismos. El paseo es turismo, es la “aventura segura” de ir y de volver sin cambios que nos perturben, reconociéndonos idénticos a la salida que al regreso.
Ud. salió de viaje en su sexto grado Celeste. Lo que Ud. es hoy, todo lo diferente que es hoy, no dude que, en alguna parte, se lo debe a Guillermo. A haberse tiernamente animado a “salir de viaje” a su encuentro. A mirarlo con disimulo. A intentar que la mire. A descubrir en su cuerpo y en su mente cambios que provocaron ese viaje. Y no se apesadumbre de que no haya existido despedida. Esa “no despedida” es también parte necesaria de ese viaje que Ud. emprendió. Y tampoco se gaste pensando en que, con las tecnologías actuales no lo ha vuelto a encontrar. Déjelo así. El es su “lumbrera” que desató en Ud. (gracias al mentado viaje) las mejores pasiones, los desvelos interminables; la respiración entrecortada de la noche anterior al primer día de clases en 7mo. Grado con la ilusión intacta de encontrar a su amado Guillermo.
Ese Guillermo aún vive en Ud. y eso es invalorable.
Será siempre para Ud., una “lumbrera”.
Funes

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