Ilustración de Lisa Falzón |
1. adj. Demasiado liberal, pródigo. U. t. c. s.
Real Academia Española
En el uso corriente se aplica al que gasta más dinero del que es prudente gastar. Algunos sinónimos son: derrochador, malgastador, despilfarrador. Su antónimo más directo: tacaño.
Los dejo, pues, con un breve y hermoso cuento.
El sol y la nube
El Sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso, en su carro de fuego, despidiendo sus rayos en todas direcciones, con gran rabia de una nube de tempestuoso humor, que murmuraba:
- Despilfarrador, manirroto; derrocha, derrocha tus rayos, ya verás lo que te queda.
En las viñas, cada racimo de uva maduraba en los sarmientos. Robaba un rayo por minuto, incluso dos; y no había brizna de hierba, araña, flor o gota de agua que no tomase su parte.
- Deja, deja que todos te roben: verás de qué manera te lo agradecerán cuando ya no te quede nada que puedan robarte.
El Sol proseguía alegremente su viaje, regalando rayos a millones, a billones, sin contarlos.
Sólo en su ocaso contó los rayos que le quedaban, y, mira por dónde, no le faltaba siquiera uno. La nube sorprendida, se deshizo en granizo. El Sol se zambulló alegremente en el mar.
Gianni Rodari
4 comentarios:
El nivel de ingresos de las personas no influye de forma determinante en su deseo de gastar o ahorrar. El dinero genera pasiones contradictorias: unos disfrutan gastándolo sin medida (los manirrotos) y otros gozan tanto con su contacto que no quieren desprenderse de una sola moneda (los avaros y tacaños). El mecanismo que explica estos comportamientos reside en el carácter de cada persona y no tanto en su nivel de renta.
Todas las modalidades de tacañería coinciden en otorgar al dinero un valor excesivo, en ocasiones con rango de obsesión. Es el riesgo que corren las personas a las que les gusta ordenar y organizar todas las facetas de su vida, y que trasladan esa mentalidad al dinero. Las personas muy obsesivas tienen una mayor facilidad para convertirse en ahorradoras en extremo: los pensamientos obsesivos se asocian con la prevención de temores. Priman la seguridad, no toleran bien la incertidumbre y convierten el dinero en un elemento de sosiego.
BARROS MATOS ---SIGUE
En el lado contrario a los avarientos aparecen los que tienen poco apego al dinero: pueden gastar sin sentirse culpables por ello. Sin embargo, en la medida en que el descontrol sobre la propia economía ocasiona unos gastos difíciles de afrontar, conviene valorar si se trata de un problema relacionado con un trastorno psicológico que puede ir en aumento y poner en riesgo la propia supervivencia y, en consecuencia, la del núcleo familiar si lo hubiera. Algunas personas encuentran placer gastando sus ingresos del modo que más les place, ya sea en sí mismas o en los demás. Se caracterizan por ser más impulsivas y menos controladoras, y toleran mejor el hecho de quedar expuestas una situación económica delicada. Hay otro tipo de perfil cercano a los manirrotos que tiene que ver con las sensaciones de euforia ocasionales. Se trata de personas con un estado de ánimo muy voluble y que reaccionan en determinados casos con un desmesurado optimismo que no les permite calcular los riesgos de gastar el dinero por encima de sus posibilidades. Este es el caso de trastornos del estado de ánimo oscilantes como el trastorno maníaco-depresivo o el síndrome bipolar.
BARROS MATOS ---SIGUE
Ser una persona que disfruta con el gasto de su dinero no tiene por qué representar un problema. Es algo normal, que depende del carácter o la edad. Los más jóvenes no conceden el mismo valor al dinero que los adultos por el mero hecho de que son más impulsivos y prefieren los placeres inmediatos a tener que conservar sus recursos económicos para un futuro que aparece lejano. Invertir es un concepto que puede costarles entender y entra dentro de lo normal que utilicen todos sus recursos para el goce personal aquí y ahora, si bien puede resultar poco comprensible para los adultos a su cargo. Los adolescentes pueden llegar a enfrentarse con sus padres por desacuerdos en ese sentido, más cuando se trata del dinero de su familia. Pero no es extraño que rompan con las normas económicas establecidas, ya que forma parte de su aprendizaje para la vida adulta y que con la edad se irá normalizando.
BARROS MATOS
Confieso que no me gusta la palabra “manirroto”, por un doble motivo. El primero es el sonoro: su sonoridad me lleva a una palabra… parecida digamos, que finaliza con “roto” y que en el bar se utiliza para referirse a aquellos soberbios, pedantes, o que hacen gala de su dinero y posesiones. A esos se les dice “….roto”. “Ahí viene el Doctor Gonzalo Fernández de la Riega, está recontra fundido pero no puede dejar de ser un “….rroto”. Por pudor no transcribo la palabra que suena como “manirroto”, pero desde ya, repudio esta palabra por su sonoridad. Ahora bien. Leí el ¿extenso? Pero muy interesante artículo de Barros Matos. Y me asaltan las dudas. Explico porqué. No tengo un peso. Digamos que frente a mi incapacidad de conseguir un trabajo estable no cuento con ingresos que mas allá lo de moderados que puedan ser, sean permanentes, o constantes. Un sueldo mensual, una paga quincenal, lo que sea. Ahora bien, no obstante andar siempre casi sin dinero disponible soy un teórico del gasto improductivo. Me compraría todas las cosas inservibles y gastaría el dinero de una forma libertina y grosera. Sería un consumidor compulsivo y totalmente pródigo y despilfarrador. Ahora las dudas que me asaltan: ¿Puedo ser considerado un “manirroto” por esa compulsión teórica a gastar un dinero que en verdad no puedo gastar porque no tengo?. Y más. Resulta que ante mi situación financiera digamos (no poseer un cobre) en una época lograba convocar en la gente un sentimiento de confianza, en particular, con los comerciantes del barrio de Agronomía. Entonces salía de mi barrio y cruzaba la Avenida Intendente Achaval y compraba compulsivamente todo lo que me fiaban los comerciantes de ese barrio que para mi, es un barrio odiado. Compraba a crédito desenfrenadamente, desde bebidas a ropa, pasando por puchero y carré de cerdo a relojes y antiguedades. Todo lo que me vendían fiado, yo lo compraba. Aclaro que lo hacía pensando en mi futura buenaventura que me permitiría afrontar las deudas contraídas, cosa que lamentablemente no ocurría. Ahora mi duda es ¿el que gasta un dinero que no tiene, es dec ir, el que gasta endeudándose, es un “manirroto”?
En el bar “dos cuchillos” el filósofo Balceda me tranquilizó diciendo que sólo es “manirroto” el que gasta en efectivo constante y sonante. “El que gasta a lo loco pero por ejemplo, con tarjeta de crédito, no es ´manirroto´” me dijo el pensador, y agregó: “los que usan tarjetas de crédito y gastan por ese medio son “…rrotos” pero no manirrotos. Ud. Funes, tiene tarjeta de crédito?”. “No tengo”, le contesté.
Funes
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