martes, 14 de diciembre de 2010

Encono / Enconar

Ilustración de Benjamín Lacombe
(De enconar).

1. m. Animadversión, rencor arraigado en el ánimo.
2. m. Col. Llaga con supuración.

Enconar
(Del lat. inquināre, manchar, contaminar).

1. tr. Inflamar, empeorar una llaga o parte lastimada del cuerpo. U. m. c. prnl.
2. tr. Irritar, exasperar el ánimo contra alguien. U. t. c. prnl.
3. tr. Cargar la conciencia con alguna mala acción. U. m. c. prnl.
4. tr. coloq. Ven. infectar (‖ transmitir gérmenes).
5. prnl. Obtener interés o lucro indebido en el caudal, hacienda o negocio que se maneja.

Real Academia Española

¿Que quiere el viento de encono
que baja por el barranco
y violenta las ventanas
mientras te visto de abrazos?
Derribarnos, arrastrarnos.
Derribadas, arrastradas,
las dos sangres se alejaron.
¿Que sigue queriendo el viento
cada vez más enconado?
Separarnos.

Miguel Hernandez

2 comentarios:

Edit dijo...

Esta palabra puede ser el comienzo de todo un tratado sobre la ira y el rencor.
Con el tiempo y el trabajo, he visto lo que puede provocar el encono en las familias.
Es un mala semilla a la que deberíamos erradicar muy rápidamente.
Tus palabras elegidad, mágicamene me inspiran, y me llevan a la meditación de lo que mas me gusta, el espíritu y sus caminos.
Te dejo un beso querida Cele.

Barros Matos dijo...

A los 59 años, Miguel Caputto reconoció por fin, que había odiado a Liberto Sanches toda la vida.
Se engañó siempre a si mismo, escondiendo su encono debajo de una falsa capa de antipatía. “No me resulta simpático, esa forma de ser...algo así como sobradora, ¿no? Buen muchacho, quizá, pero...” decía a los compañeros del Nacional, dejando en el aire el final de la frase que podía significar cualquier cosa, desde conocimiento de perversos secretos, hasta un simple sentimiento de desprecio.
Después de 40 años de no verlo ni hablar con nadie de él, Miguel Caputto decidió sacárselo de encima, dejar de pensar en Liberto Sanches de día y soñarlo de noche. De creer verlo en rostros fugaces al paso, o en las fotos irreconocibles de los diarios. Comprendió que el rencor no había dejado espacio para la felicidad en su vida.
Aceptar definitivamente que el stress, la hiperacidez y las palpitaciones, no eran producto de un exceso de trabajo como diagnosticaban los médicos, si no de ese encono, que desde el fondo del alma enviaba mensajes a todos los órganos y sistemas de su cuerpo.
Iría al psicólogo.
Reconocería ante ese extraño, lo que intentó tantos años ocultarse a si mismo. Que jamás aceptó ser para los otros chicos Miguel, mientras aquel era Liberito; que se desesperaba cuando la maestra escribía correctamente el apellido Sanches sin z, mientras a Caputto le quitaba una t; que en los cumpleaños las madres elogiaran su buena educación y que nunca se manchara la ropa con chocolate, y que para Liberito él era uno más, mientras que para él, el mundo giraba alrededor de su odio escondido bajo la falsa sonrisa de su angustia.
Cuando llegó a la consulta, la secretaria le informó que el Dr. Mendez García había sufrido un leve accidente jugando al golf con un colega, quien se había ofrecido gentilmente a suplirlo con sus pacientes. “Si Ud. no tiene inconveniente, el Dr. Liberto Sanches puede recibirlo”.
Miguel Caputto caminaba por las calles sin rumbo, y sin saber cuando ni como salió de la sala de espera, ante el asombro de la secretaria por su rostro demudado y su silencio.
40 años, pensaba. 40 años. Sin verlo, sin saber de él…40 años...durante 40 años...y ahora, cuando decido…
Y quizá fue por seguir teniendo a Liberto Sanches delante de sus ojos, que cruzó la calle sin ver el camión que doblaba la esquina.

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