1. adj. Se dice del color de grana dado por el insecto quermes. U. t. c. s.
2. adj. De este color.
3. m. Polvo de color de la grana quermes.
4. m. Tela de seda roja.
Real Academia Española
El quermes es un insecto parásito de las encinas del cual se extraía el color rojo utilizado en los tapices europeos durante los siglos XV y XVI.
Los persas en sus apreciadas alfombras también usaban este animal para obtener el rojo carmesí...
Aún en nuestros días, el bicho en cuestión se usa en cosmética… ¡sí, sí!: en las barras de labios "rojo pasión"… y es que en el fondo nunca sabrás lo que estás besando…
El quermes en su segunda acepción es un medicamento en polvo de color rojo, que estuvo muy de moda allá por el siglo XVIII. Su descubrimiento se debe al químico Johann Rudolf Glauber. Se usaba habitualmente para curar enfermedades del aparato respiratorio, como por ejemplo la neumonía catarral.
Qué curioso su orígen.
La papusa de los labios carmesí,
Maltrato a la pasión del corazón,
Y girando entre tangos yo la vi
Alejarse en los brazos de otro amor.
Maltrato a la pasión del corazón,
Y girando entre tangos yo la vi
Alejarse en los brazos de otro amor.
2 comentarios:
Realmente muy curioso el origen del “rojo carmesí”.
Ahora, más allá del origen, ¿cómo nos suena el “rojo carmesí a cada uno? O, mejor dicho, ¿qué representa?
El “rojo carmesí” lleva mi imaginación a navegar a los labios de la mujer.
De una mujer.
“su boca que besa, borra la tristeza”. Los labios color carmesí no necesariamente son los labios más rojos vibrantes, sino que son los labios de esa mujer que deseamos besar con frenesí.
Digo entonces que “color carmesí” más que un color define una pasión.
Sueño con los labios de esa mujer que me despierta en sueños un arrebato de locura, unas ganas indomables de adueñarme de ellos.
“Béseme Funes… béseme!” me dice esa boca. Me lo dice con el alma puesta en la mirada, el corazón en la mano, y sus labios color carmesí murmurando que me quiere, que me desea, que no le importa más nada de nada… que bien vale una vida por un beso fugaz e infinito.
Y entonces entre tímido y deseoso, desbordado de ganas inconmensurables, acerco mi rostro al suyo. “Me ha vencido Funes, béseme por favor!”. Y toma mi rostro entre sus manos. “Te amo Funes”. Y yo también la amo. Amo sus ojos que añoran paisajes lejanos; amo sus manos sobre mis facciones, amo lo que de ella conoceré y lo que desconozco. Amo lo que tiene de bella y lo que no tiene de bella. Amo sus labios que aunque no sean color carmesí, tienen la sustancia y la pasión de ese color único.
Son carmesí para mi, para mi solo, para mi deseo que galopa en mi pecho desbordado. Y mi corazón entonces domina mi entendimiento, mis ganas, mi locura.
Y allí Funes es por un segundo, dueño de una felicidad pequeña, profunda, súbita.
Y… justo ahí me despierto, sobresaltado.
Era un sueño. Ella no está. Y no estará jamás. Y su “boca que besa” besará otras bocas, y será para mí, la tierra prometida a la cual no podré arribar.
Pero igual le agradezco a sus labios, color carmesí, que me han permitido soñar con ella para siempre.
“Y así pasa la vida”.
Funes
El rojo carmesí lo inventó el tango. Bajo las cejas oscurecidas y esas ojeras de champagne y noche, los labios debían ejercer el contraste provocativo, la invitación a la lujuria. Y el gesto de la boca semi abierta en una casi sonrisa, mitad invitación y mitad adiós, ejercía desde el borde de la copa que el otro carmesí, el de las uñas, llevaba indolente hasta los labios, un invisible hilo de unión entre el hombre elegido y esa única mujer, que era todas y ninguna, a la vez.
Quizá fue cuando los piringundines del bajo cobijaban las hazañas de los cuchilleros de Borges. O después, cuando “las noches de cabaret” fueron las “riberas del corazón” y Fiorentino confesaba que allí fue “donde mi vida anclé cuando perdí la ilusión…”
El carmesí está en los tangos. En todos. En los arabescos de los bandoneones y el lento gemir del violín solista. En el piano que marca el compás para los firuletes de esa bailarina que, con el carmesí sonriente en sus labios, incita al compañero al ocho que quiebra la cintura. En todo ese tango bailado, y en ese otro tango lento, que arrastra la imaginación hacia lánguidos divanes de raso carmesí, en todo ese gesto invitante de una boca roja al hombre que sueña y espera, y donde no existe un beso. No lo hay, no lo habrá. El beso negaría la ilusión, la espera anhelante, toda la fantasía de lo que vendría después, donde el amor tendría ribetes jamás conocidos ni vueltos a gozar…
Al rojo carmesí lo inventó el tango, mi tango, la noche que te fuiste, tan cruel como ninguna…
BARROS MATOS
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