Ilustración de Caitlin Hackett |
1. adj. Dicho especialmente de la mirada: Fiera, espantosa, airada y terrible a la vista.
Real Academia Española
Silencio.
Un gran silencio,
ancho silencio;
todo el silencio.
Terco, torvo, voraz.
Hay palabras que se van perdiendo, pero que tienen un sentido emocional para nosotros, una connotación única porque la escuchábamos de pequeños, de boca de nuestras abuelas quizá. Y son de las primeras que aprendimos, y un día descubrimos que las hemos dejado de usar. Quizá pudiéramos recuperarlas de la memoria y construir entre todos una reserva virtual de palabras en vías de extinción. Sólo por el placer de nombrarlas y darles vida nuevamente.
Ilustración de Caitlin Hackett |
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La mirada del perro no dejaba lugar a dudas. Un pastor alemán que parecía decir “estoy de guardia” Sentado sobre sus patas, una puerta reja lo separaba de la vereda y el niño. Sus ojos clavados en la cara del pequeño, tenían esa seriedad que no presagiaba nada bueno a la manito que, lentamente, se le acercaba y se detenía. No bajaba la mirada a la mano, como si no le interesara. Con un pequeño movimiento, se acercó más a la reja, el hocico a unos 5 cmts., y un fulgor duro, acerado, pasó por un instante por sus ojos. Las orejas erguidas, la respiración pausada, el perro y el niño se evaluaban mutuamente. El chico debía tener unos 5 a 6 años, y comía de a trocitos una galletita que llevaba en la otra mano. La seriedad del animal competía con el rostro serio, los ojos semicerrados, la frente fruncida del niño. De pronto el chico dio un paso al costado, como comenzando a retirarse. El perro se paró, siguiendo el mismo movimiento. Ahora su mirada parecía un signo de interrogación. Movió su cabeza inclinándola a un costado. El chico sonrió, moviendo su cabeza para el otro lado, y acercándose a la reja, pasó su mano a través de ella ofreciéndole la galletita al perro. Este ignoró el regalo, bajó la cabeza y pasó repetidamente la lengua por la mano del niño. Después tomó el trocito de galleta y lo comió, mientras el chico acariciaba su cabeza alborotándole el pelo. El chiquilín se alejó saltando, dándose vuelta una vez para saludar a su nuevo amigo, que lo miraba acostado sobre el pasto, el hocico pegado a la reja, los ojos entre tristones y contentos.
BARROS MATOS
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